Recuerdo un campo de alhucemas. Recuerdo una fuente que mana en miles de burbujas. Recuerdo un alambique de bronce incrustado en cristal vivo que destila las alhucemas. Recuerdo las ruedas del molino, titanes del pan y de la historia. Recuerdo una fuente donde cantan Zaida, Zoraida y Zorahaida.
Recuerdo las tinajas de aceite dorado y el cucharón que lo despierta de su sueño de barro.
Recuerdo los panales de miel en el cuarto sagrado.
Recuerdo la tierra seca que se pega a los tobillos y a los codos.
Recuerdo miles de mosquitos fundidos en la triste bombilla de la puerta.
Recuerdo a Juanito el loco, chorreando babas y persiguiéndonos por los callejones blancos.
Recuerdo el terror de la cabeza cortada del pasillo.
Recuerdo a un ser feo, mitad hombre y mitad mujer, que se asomaba por la puerta del armario y se reía de nuestro miedo.
Recuerdo el coche que se abría por delante, los astronautas en la luna y una bandeja de merengues con forma de cono.
Recuerdo las siestas silenciosas, paseando la casa como fantasmas, y el olor a comino, a madera, a tomates y a sudor.
Recuerdo al soldado que venía de Cádiz y a sus tres camaleones, que pasaron la noche volviéndose pardos en las paredes del tren. Recuerdo las piscinas de formol y los cadáveres flotando náufragos.
Recuerdo un vino dorado, paisaje vivo. Recuerdo cómo llovía en las calles de piedra y el Gallo de Oro.
Recuerdo cuando dijiste que era imposible y cómo me dolió.
Recuerdo el silencio del segundo después de su última respiración. Recuerdo cómo al cruzar ese silencio comenzó un griterío que recorrió la ciudad entera.
Recuerdo a la madre de todas las salamanquesas. Recuerdo cómo llegó la tele y se lo tragó todo. Recuerdo el primer ordenador de pantalla negra y letras fosforescentes, el ruido que hacía, lo feo que era y cómo me salvó la vida.
Años luz desde entonces, el Isetta nos abrió las puertas del mar.