Al nacer llegamos a un tiempo y un lugar ya habitado por otros, cargado de sus objetos, sus costumbres, sus emociones y su memoria. Llegamos atraídos por el deseo de otros y nos construimos con su sangre, sus cuidados, sus recuerdos y creencias, sus conocimientos y sentimientos; nos insertamos en su historia, en los significados que dieron a lo vivido, en su interpretación de la realidad, en las elecciones que hicieron. Incorporamos sus gestos, sus hábitos, sus costumbres, su educación y ambiente social. Un entramado de sueños, palabras, ideas, símbolos, mitos, cuentos y leyendas que será alimentado con nuestras propias experiencias, sensaciones e interpretaciones subjetivas y poblará nuestro mundo psíquico.
¿Qué es el tiempo?
Sentimos el tiempo como un discurrir, como una sucesión de instantes, como un camino, como algo que se nos acaba. A veces es como el agua, que se nos escurre entre las manos, o como cruel Saturno nos devora hasta la muerte, pero ¿es eso el tiempo?
En el Paleolítico y el Neolítico los humanos aprendimos a medir los ciclos de la Luna y el Sol porque al descubrir su sincronía con los ciclos de la naturaleza nos ayudaban a organizar la caza, la pesca y los cultivos.
Los calendarios más antiguos eran lunares, el ciclo de la Luna es cercano y sus fases se asociaban al patrón cíclico del nacimiento, crecimiento, florecimiento, muerte y nuevo nacimiento, cada mes en un ciclo eterno.
El Sol reproducía el mismo ciclo a lo largo del año, era niño en el solsticio de invierno, joven en primavera, adulto en verano y anciano en otoño, tiempo en el que se sumergía en la oscuridad para volver a nacer otra vez en el solsticio.
El tiempo agrícola
Con la revolución agrícola nacieron los calendarios solares de la siembra y la cosecha y surgieron los mitos asociados a la semilla. El tiempo se extendió más allá de un presente lunar hacia un futuro solar y abierto a nuevos horizontes y territorios. Empezamos a construir dólmenes y megalitos que se orientaban a los solsticios y equinoccios y servían para enterrar a los muertos y reunir a los grupos en los rituales estacionales.
El tiempo lineal
El tiempo lineal nació con los primeros imperios, que convirtieron la conquista y la guerra en su principal fuente de economía y poder. El año comenzaba en sus calendarios a finales de marzo, cuando llegaba la primavera, porque en esa época se suavizaba el clima y los caminos empezaban a secarse, lo que facilitaba el tránsito de las caravanas y de las tropas y carros de combate de las campañas militares. Este mes fue consagrado a los dioses guerreros y asociado al carnero.
El Calendario Juliano
En el imperio romano surgió la necesidad de organizar un calendario que unificara el tiempo en el vasto territorio conquistado y Julio César ordenó la creación del Calendario Juliano en el año 46 d.C. Para ajustarlo al ciclo solar se crearon los años bisiestos, que servían para corregir los desfases que se creaban al contabilizar el año trópico en 365’25 días, cuando la cifra correcta es de 365,242189 días. Cada año se producía un desfase de unos 11 minutos que se acumuló en el día añadido cada cuatro años al mes de febrero.
El Calendario Gregoriano
La siguiente corrección del calendario fue la ordenada por el papa Gregorio XIII en el año 1582 y que dio lugar al Calendario gregoriano. La intención era ajustar el desfase producido desde el Concilio de Nicea, en el año 325, en el que se establecieron las fechas del año litúrgico, como la Navidad en el 25 de diciembre o la Pascua, asociada con la primera Luna Llena después del equinoccio de primavera. El Calendario Gregoriano también buscaba crear una convención del tiempo que sirviera para los viajes y los acuerdos comerciales en un mundo que ensanchaba cada vez más sus horizontes.
Con la llegada de estos calendarios lineales, los antiguos rituales del Sol y de la Luna se convirtieron en ceremonias religiosas herméticas y alejadas de su verdadero significado. Así nació un tiempo ordenado por Dios y marcado por las leyes del destino, cargadas de pecados y castigos, de recompensas o merecimientos. Un tiempo basado en leyes rígidas de causa y efecto que servían para justificar el sufrimiento de las clases inferiores y el poder de los que estaban en la cúspide y se consideraban elegidos. De esta forma el presente, simbolizado por el círculo espiral o el mandala de ocho lados, quedó hipotecado por los pecados y el karma.
La plenitud de los instantes fue castigada y lanzada fuera de la Tierra hacia las esferas celestes y condenada a un presente de sacrifico y resignación. Nacer en la materia, ser en el espacio/tiempo, se vivió como una especie de destierro, y el anhelo de volver a los lugares idílicos del paraíso perdido se convirtió en el motor de un sistema que se alimentaba del espacio/tiempo de los humanos.
Nació la idea de la materia como cruz del espíritu y la cruz cuadrada, de las cuatro direcciones y estaciones, se convirtió en una cruz desigual, símbolo de la caída del alma inmortal en la materia devorada por el tiempo.