El laberinto

Pinturas rupestres de Bohuslän, Suecia. 1800 - 500 a.C.

“El arquetipo no resulta de hechos físicos, sino que describe cómo vive el alma el hecho físico”. C.G. Jung

En la forma del laberinto encontramos una imagen que a veces aparece enredada y confusa y otras fluida y ondulada, y que se enrolla en un camino de ida y se desenrolla en un camino de vuelta. Es una imagen que nos conmueve porque representa aspectos significativos de nuestra realidad en la dimensión espacio/temporal en que se manifiesta la vida.

En su forma más enredada aparece en los intestinos de los mamíferos, que están envueltos en los entresijos, los repliegues de la membrana que recubre el vientre y sostiene las vísceras abdominales. Decimos que algo tiene muchos entresijos cuando es complicado, revuelto y tiene cosas ocultas.

En su forma más elegante aparece en el oído interno, que tiene una parte en forma de caracol, donde se realiza la audición, y otra parte formada por los conductos semicirculares y el vestíbulo, que nos ayudan a mantener el equilibrio y a percibir la posición del cuerpo en el espacio.

Oído interno

El laberinto tiene una forma que resulta muy eficaz, que se repite en la naturaleza y que nuestros antepasados grabaron, dibujaron e investigaron como símbolo de algo que resultaba esencial para la supervivencia.

En Mesopotamia, entre los sumerios, acadios, asirios o babilonios, se utilizaban los intestinos de animales para la adivinación. En su aspecto más siniestro, los laberintos con forma de entresijos se asociaban a los monstruos y demonios, como el que aparece en la epopeya de Gilgamesh, el demonio Humbaba.

Humbaba (c. 1800-1600 a.C.). Britihs Museum, Londres.

Así, a pesar de que en su origen los laberintos espirales de las rocas y las pinturas rupestres debieron representar una revelación, una primera comprensión humana sobre los ciclos entre la luz y la oscuridad, la noche y el día, el invierno y el verano, la luna nueva y la luna llena, la muerte y el nacimiento, el laberinto se transformó también en un lugar terrorífico en el que habitaba un ser abominable nacido de una unión antinatural y que exige un terrible sacrificio. Esa es la historia del Minotauro en el mito cretense.

Es posible que ese aspecto dramático del laberinto haya nacido en un momento de la historia en el que se perdió el balance emocional; en el que el dolor y el sufrimiento, junto a la incomprensión de los sucesos y situaciones que los provocaban, invadió la psique humana y nos enredó en luchas de poder y dependencias.

Pero hay otra forma laberíntica en nuestro cuerpo, la que está en las circunvoluciones de nuestro cerebro y ha resultado ser especialmente funcional en nuestro desarrollo. En el centro de ese laberinto está el tálamo. Su nombre viene de la palabra griega thalamos, que significa «cámara interna”. El tálamo recoge la información que llega de los sentidos, la procesa e integra descartando lo que no es importante, tiene un papel en el ciclo del sueño y según recientes investigaciones podría ser importante en la aparición de la consciencia y todo lo que está relacionado con ella.

Tenemos otro laberinto en el cuerpo, con una forma fisiológica menos enrevesada, pero cargado de misterios y emoción y por lo tanto de simbolismo, es la matriz y los ovarios del cuerpo femenino. Este laberinto se imbrica en el espacio por su forma y función, y en el tiempo por su ciclo menstrual, que envuelve la vida de las mujeres en una conexión profunda con los ciclos de la Luna y de toda la naturaleza. Encontramos este simbolismo del laberinto en las sartenes de las Cícladas – l 2800 y 2200 a. C.

El laberinto está en las cuevas paleolíticas y en su carácter sagrado para nuestros antepasados, que honraban en sus zonas profundas a la Diosa Madre en sus dos aspectos, espacio y tiempo, Tierra y Luna. Un ejemplo de esas cuevas sagradas lo tenemos en la Cueva del Tesoro, situada en el Rincón de la Victoria, Málaga. Según nos cuenta el investigador Don Manuel Laza Palacio, en esta cueva estuvo en tiempos neolíticos el santuario de la diosa Noctiluca.

Un antiguo poema latino nos da la noticia de tres santuarios prehistóricos de la costa sur de España. Festo Avieno en su “Ora marítima” cita esos tres santuarios: uno consagrado a Hércules, ubicado en el peñón de Gibraltar; otro en el Cabo de Gata, Almería, consagrado a Venus, y el más importante era el consagrado a la diosa lunar, que Festo Avieno llama Noctiluca. En el curso de nuestras investigaciones hemos tenido la suerte de localizar este santuario prehistórico, en el que está el germen de toda vida ciudadana durante el período neolítico y primera edad del metal en esta hermosa bahía malagueña, como expliqué en la conferencia inaugural del curso de historia de Málaga organizado por el Ateneo de Málaga, bajo los auspicios de la Excma. Diputación Provincial, durante el año 1972.” El hombre que creía saber dónde había un tesoro. Manuel Laza Palacios. Primtel/ediciones.

En el Torcal de Antequera, en Málaga, podemos pasear por un laberinto natural que también contiene en sus entrañas una cueva sagrada, la Cueva del Toro, y ammonites fosilizados sobre la superficie de sus rocas.

Ammonites, Torcal de Antequera.

Hay una figura del laberinto que se repite durante el Neolítico en muchos lugares de nuestro planeta, es el laberinto clásico que tiene un único camino, un solo pasillo que se enrosca en espiral y que conduce al centro. Este laberinto, también llamado cretense por su asociación con el laberinto del Minotauro y la isla de Creta, es también un símbolo del viaje al inframundo, al Tártaro, al mundo de los muertos donde reinan Hades y Perséfone.

Laberinto clásico

Se cree que laberinto puede relacionarse con la palabra labrys = hacha de doble filo que asemeja a los cuernos del toro. Laberinto significaría entonces “palacio de la labrys”. Esto lo relaciona con los que trabajaban en las minas, con los herreros y con los que rendían culto a la Diosa. Robert Graves interpreta el hacha de doble filo como un símbolo de la Luna, por los dos filos curvados representando las fases creciente y menguante.

Labrys y el toro.

Esta figura del hacha de doble filo representa el ciclo entre la oscuridad y la luz, entre la noche y el día, el invierno y el verano, y está asociado a Ariadna, la Señora del laberinto, a Deméter y Perséfone, a Hékate. Es la Luna en sus fases y la oruga que se transforma en mariposa. Es el viaje nocturno al mundo del sueño, el laberinto del inconsciente, y el despertar de cada mañana.

El laberinto era el lugar sagrado donde se celebraban los misterios de la Diosa, su templo iniciático, y es posible que la figura del laberinto clásico representara una danza, la danza de los ciclos, del sol y de la luna, la danza de las grullas con sus viajes estacionales.

La danza de las grullas. Dibujo de May Montoya.

El laberinto es descubrimiento, conocimiento y sabiduría de los ciclos. Entre el nacimiento y la muerte: oír, ver, respirar, oler, saborear, conocer, sentir, acariciar, crear. Tejer con las lunas objetivos, nacimientos, cambios y despedidas, como la diosa Aracne o el dios Mono, entre los pliegues de la vida y de la muerte.

En Escandinavia se construían unos laberintos de piedras llamados Trojaborg, que se asociaban al culto de la diosa Nerthus y representaban el viaje de ida hacia la muerte y de vuelta en el nacimiento. Se utilizaban en rituales y danzas estacionales o en los enterramientos. Y en zonas costeras los usaban los pescadores para pedir protección y propiciar la pesca. Hoy se dibujan estos laberintos de piedras en diferentes lugares del mundo para realizar danzas rituales.

En Inglaterra se utilizaban los laberintos de jardines en los festivales de Pascua y del primero de mayo. Los laberintos de setos se solían diseñar en los jardines palaciegos y los parques del Renacimiento y servían a los juegos y bailes.

En el suelo en algunas casas romanas se dibujaban laberintos para decorar y proteger de los malos espíritus. Es el laberinto como protección, para confundir al ladrón, para atrapar al demonio, para proteger puertas, alejar malas influencias, para despistar y atrapar trasgos y duendes…

Catedral de Chartres-Francia.

El laberinto cristiano convierte el centro en el anhelado paraíso, la Jerusalén celeste.

El laberinto es un lugar de iniciación y un contenedor de información, simboliza el camino de la vida, el viaje y la búsqueda de conocimiento. Es un viaje interior que lleva al encuentro con el ser íntimo y con la propia muerte, compañera y guía de la vida.

El laberinto como universo plegado, como orden implicado, como semilla.

“El agua y la serpiente están asociadas íntimamente a la espiral, como lo están al meandro y al laberinto. El laberinto se enrosca como una serpiente, o como el movimiento serpentino del agua a través del útero de la tierra, que es la cueva.» El mito de la diosa: Evolución de una imagen. Anne Baring, Jules Cashfor. Siruela.

En el laberinto está atrapado el paradigma nacido con los primeros imperios de la Edad de Hierro, basado en la guerra y la conquista, que creó una estructura piramidal de la sociedad que floreció en el renacimiento y comenzó su decadencia en el siglo XVIII con la Ilustración y la Revolución industrial. Mas que un laberinto clásico, un camino de ida y vuelta, empieza a ser un perdedero, uno de esos laberintos que gustaban de construir en sus jardines los nobles del Barroco, en los que se incitaba a la seducción y el engaño.

La forma del laberinto es un patrón funcional en la naturaleza y es también un símbolo de la psique humana. Desde este punto de vista, el laberinto es una propuesta de viaje interior, de reconocimiento y autoconocimiento. Entrar y salir del laberinto será menos dramático conforme abandonemos los viejos dramas y el fatalismo romántico, que florecieron en el siglo XIX como consecuencia de ese aterrizaje que nos proponía la razón cartesiana. Necesitábamos ese descenso lógico para escapar de las garras de los dioses castigadores, pero nuestra psique necesita del alimento mítico, del juego metafórico de los símbolos.

Book I – May.

El laberinto es ahora más que nunca un símbolo del viaje heroico, pero puede que ya no encontremos en su interior a un monstruo sino un espejo frente al que recuperar el hilo de Ariadna, el diálogo interior que nos permita volver a salir con el tesoro de la consciencia.

El tablero del Juego de la Oca dibuja un laberinto. No sabemos bien su origen, pero está claro que su simbolismo está asociado al viaje iniciático que es la esencia del laberinto. Es muy posible que fuera una metáfora del Camino de Santiago, un mapa para peregrinos e iniciados que sugería recorrer el camino de la vida con la forma ondulada del fluir y de la confianza, del aprendizaje de la experiencia, de la colaboración y el diálogo; de la aceptación y la paciencia, del reconocimiento y el cuidado… Y en cada meta, un jardín de alegres ocas.

El juego de la Oca. Dibujo de May Montoya.

Podemos imitar esa propuesta y convertir el Juego de la Oca en un viaje por el tiempo y el espacio de cada día, en un calendario en el que cada etapa se sincronice con las fases de la Luna, y quizás Ariadna nos enseñe a usar su carrete de hilo para no perdernos de nuestro camino real, para elegir con calma en las encrucijadas y para aceptar la muerte y la crisis como parte de la vida; para reconocer el tiempo de parar y descansar; para descubrir los propios errores y aprender de ellos; para reconocer nuestra sombra, con sus temores y pasiones secretas, nuestra confusión y perdedero interior, y para aprender a protegernos de esos vericuetos que no van a ningún lado y solo sirven para agotar nuestra energía. Sobre todo para aprender a viajar ligeros por el laberinto del mundo.

Book I – May.
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1 comentario

  1. Mi mente después de leer el artículo es un «laberinto » de admiración por tu cultura. Gracias.

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