Río y viaje son símbolos de iniciación y autoconocimiento. El río reúne las aguas mientras viaja hacia su disolución en el océano. El viaje nos lleva siempre más allá, a lugares desconocidos. El viaje largo, más allá de las fronteras de lo familiar, nos arrastra como el río hacia lugares nuevos, lugares que nos despojan de los patrones habituales y nos descubren una realidad más profunda.
A veces la revelación total de lo que somos, que nos transforma o aniquila, o las dos cosas a la vez, porque alguna muerte se llevará los restos de lo que fuimos.
Un viaje en el que nada está garantizado, porque transita por esa dimensión del inconsciente que representa el símbolo del río. Un río irresistible e irreversible, un río que nos atrae y arrastra desde sus fuentes hasta la disolución definitiva.
Un río que alimenta sus orillas en el barro de la selva virgen, que lo contiene todo, la tiniebla y la luz, la revelación, la redención y la muerte.
Como decía Jung, el río como símbolo de “la oscura psique”, del verdadero viaje al fondo de uno mismo, a la psique individual y colectiva poblada de ángeles y demonios, en la que la única redención está en el reconocimiento íntimo y la consciencia.
El río, espejo de la vida que nace y muere, símbolo del tiempo, contenedor de recuerdos. Todo vuelve otra vez a su lugar de origen. El río es sangre en las venas, es latido y tesoro escondido, un misterio que nunca podrá ser desvelado del todo.
Hemos construido puentes para atravesar los ríos, puentes que unen dos orillas, puentes que proponen, que incitan, que desafían y retan, que nos lanzan hacia el otro lado, que nos enlazan, que nos descubren nuevos horizontes.
Puentes que son lugares de cruce, de encuentro, de cambio, de opciones, de transformación.
Puentes que aparecen en el lenguaje como la posible solución a un conflicto, abrir puertas al diálogo y crear puentes…
En la casilla 6 del Juego de la Oca encontramos el río y el primer puente, puede que no aterricemos aquí en el juego, puede que nos la saltemos y al avanzar lleguemos a la casilla 12, donde está el segundo puente sobre el mismo río, y de puente a puente porque me lleva la corriente, nos toca retroceder y esperar a la siguiente jugada. Pero cuando caemos en el primer puente es al revés, en vez de retroceder avanzamos, en un caso el río nos devuelve al pasado y en el otro nos lleva hacia el futuro.
El río, como el viaje y la vida, nunca camina en línea recta. A veces algo se nos queda atrapado en uno de sus meandros y nos toca volver, porque todo lo importante nos construye y nos pertenece, como la carne, la sangre y la memoria.
Los puentes del camino de las ocas nos avisan de esas elecciones y decisiones que condicionan nuestro camino, pero sobre todo nos indican una posibilidad, la de abrirnos al diálogo para superar obstáculos, pactar acuerdos y colaborar. Algo nuevo se abre al cruzar a la otra orilla, al ponerse en el lugar del otro.
Al caminar hacia un nuevo territorio descubrimos paisajes que se dibujan dentro y fuera, fluyen como el río y alimentan las orillas de la vida.